viernes, 14 de marzo de 2008

LA GRACIOSA, DONDE NO HAY ASFALTO




La isla de La Graciosa. Recuerdo la primera vez que desembarqué en ella. Desde siempre pensé que era simplemente un pedazo de piedra cerca de Lanzarote, hasta que hace pocos años la vi por primera vez desde el Mirador del Río y me dije a mi mismo “joder es más grande de lo que creía”.
La isla pertenece al llamado Archipiélago Chinito junto a los islotes de Montaña Clara, Roque del Este, Roque del Oeste y Alegranza. Es accesible solo por mar ( o por helicóptero, claro está). El viaje en barco se hace realmente placentero.
He estado un par de veces, pero esta vez decidimos darle la vuelta en bici.
Que engañados estábamos al hacer a ojo nuestras mediciones. Queríamos recorrerla por toda la costa, saliendo del pueblo principal, Caleta de Sebo, saliendo en dirección norte y regresando por el sur. Se hace más larga de lo que parece, sobretodo si el calor es tan agobiante como cuando fuimos. Allí no hay sombras donde guarecerse, pero se agradece la brisa que llega fresca desde el mar. Lo verdaderamente maravilloso de la isla es la tranquilidad y la paz que se respira. Allí las prisas desaparecen como desaparece el asfalto de sus calles. La arena lo ocupa casi todo. Sus habitantes se mueven sin prisas, en el puerto se suele ver el pescado secándose para jarear y sus pocos coches, los antiguos Land Rover de cuadrado estilo metálico, lo único que altera el silencio quedo de sus calles.
Salimos el camino que sale bordeando la costa, al poco nos lleva hasta una estupenda y pequeñísima cala, sin nada que envidiar a esos parajes de película a lo que nos tiene acostumbrados la televisión.
La ruta, desértica pero siempre acompañada de cerca por el mar, cruzando arenas, pedregales y llanuras de bajo matorral embruja al viajero, hipnotizando a seguir y seguir, acercarse a cualquier rincón o risco donde parar la bici y bajarse a ver como las olas rompen en las exóticas formas de la piedra volcánica. Y como colofón, no hay mejor premio o recompensa que cuando llegas y descubres la Playa de los Franceses. Si hay suerte y no bate mucho el viento, la playa es idílica. Aguas transparentes de un azul verdoso, poca gente (sobretodo si no es plena época vacacional cuando el turismo, de forma irremediable ocupa hasta los más recónditos lugares del planeta) y arena dorada.
Un baño allí nos refrescó del acuciante calor, para proseguir nuestra ruta de vuelta a Caleta de Sebo, pasando esta vez por un paraje no tan exótico (todos los lugares ocupados por el hombre, por suerte o desgracia, necesitan tirar sus basuras… no hago más comentarios sobre esto). Dejando para otra vez visitar el otro pueblo de la isla, Casas de Pedro Barba y volver a disfrutar del placer de recorrer la isla dando pedales, sin duda, la mejor manera de visitar la isla.

No hay comentarios: